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Acoso escolar y ciberacoso: ¿Qué son y a cuantos escolares afectan?

11 · mayo · 2017 | Sin categoría

 

Puede que en ocasiones hayamos escuchado la palabra bullying o que conozcamos un caso en que unos estudiantes le hayan pegado a otro y, en seguida, hayamos usado la palabra acoso. Puede que hayamos oído noticias en televisión sobre este tema, pero nunca nadie nos ha dicho qué es eso, acoso o bullying, exactamente.

El acoso escolar se lleva estudiando por la comunidad científica desde los años 70 y a día de hoy existe un gran consenso sobre lo que es acoso y lo que no es.

 

El bullying es una conducta inmoral de agresión injustificada que se prolonga en el tiempo y que se mantiene por el establecimiento de un esquema de dominio-sumisión entre el agresor y la víctima.

 

Para que exista una situación de acoso se deben dar tres características básicas:

· Que el agresor tenga la intención de hacer daño a su víctima (o, al menos, que la víctima perciba que quiere hacerle daño);

· Que sea repetido en el tiempo

· Que exista un desequilibro de poder entre ambos, ya sea físico, psicológico o social.

 

Con esta definición un hecho tan grave como pegarle a un compañero de clase un día a la salida del colegio no sería un caso un acoso escolar, ya que no hay repetición en la conducta. Sin embargo, insultar a un compañero todas las semanas durante un mes, sí sería una situación de acoso escolar. Además, debemos señalar, que por definición el acoso escolar se produce en el centro escolar o en el camino que hay entre el hogar y el centro escolar. Siendo los lugares donde más se acosa aquellos que están menos vigilados, como por ejemplo el recreo, los cambios de clase o los aseos.

El ciberacoso (cyberbullying), por su parte, los podríamos definir como una nueva forma de bullying que implica el uso de los teléfonos móviles (textos, llamadas, vídeo clips), Internet (E-mail, mensajería instantánea, Chat, páginas Web) u otras Tecnologías de la Información y la Comunicación para acosar, amenazar o intimidar deliberada y repetidamente a alguien.

De esta forma comparte las mismas características que el acoso tradicional, pero incluye algunas peculiaridades en su definición. En este fenómeno se produce la repetición en el número de comentarios, reproducciones o visualizaciones que tenga el video, imagen o comentario con el que se hace daño a la víctima. Así, por ejemplo, un solo vídeo en que se ridiculiza a un compañero de clase subido a YouTube podría ser considerado como cyberbullying por el volumen de visitas o reproducciones que tenga.

 

El desequilibro de poder también sufre una modificación, ya no es necesario que el desequilibro sea físico, psicológico o social, una persona puede escudarse en el anonimato que nos ofrecen las Tecnologías de la Información y la Comunicación para agredir a otro, más fuerte o hábil socialmente que él. Además, el conocimiento de diversas herramientas, permiten a los acosadores realizar sus acciones sobre víctimas no tan hábiles en el mundo digital.

El ciberacoso también se caracteriza por el número de espectadores y el anonimato del agresor o agresores. Una situación de acoso tradicional es conocida, normalmente, por el grupo-clase o como mucho por el centro educativo; con esta nueva modalidad los posibles espectadores se pueden contar por millones. En acoso tradicional no era tan fácil mantener el anonimato de los agresores, pero ahora es relativamente sencillo ocultarse tras un Nick o un perfil falso (aunque en caso de investigación policial se podría averiguar la IP desde la que se cometió el delito), por lo que el número de agresiones anónimas se dispara, según los estudios sobre un 50% de las agresiones son anónimas. Además, el ciberacoso rompe las barreras espaciales y temporales, pudiendo producirse una agresión a cualquier hora y en cualquier lugar, lo que provoca una mayor sensación de vulnerabilidad en la víctima.

 

Ambos problemas, acoso y ciberacoso, dañan profundamente a los implicados. Además de a la víctima, en la que se generan una serie de problemas como baja autoestima, depresión, ideaciones suicidas… los agresores y los espectadores también sufren sus efectos. Un agresor en bullying tienen más probabilidades de verse involucrado en problemas en delincuencia que alguien que no lo ha sido. Igualmente, los espectadores comienzan a insensibilizarse ante la violencia y a justificarla como algo normal entre escolares, lo cual es muy dañino para su desarrollo moral.

La mayoría de las investigaciones indican que sobre un 5-10% de los escolares está sufriendo acoso escolar con una frecuencia de alrededor de una vez por semana como mínimo. El ciberacoso es menos frecuente que el acoso tradicional, pero según nuestros estudios cada vez se manifiestan más conjuntamente estos dos fenómenos. Uno de los últimos estudios publicados en España por la fundación SaveTheChildren (ver https://www.savethechildren.es/publicaciones/yo-eso-no-juego) con una muestra de cerca de 30.000 escolares de entre 12 y 16 años de toda España nos ofrece datos que sitúan a una de cada diez escolares como víctima de bullying y al 7% como víctima de cyberbullying.

 Erradicar el acoso y el ciberacoso es, probablemente, uno de los grandes retos de la comunidad educativa en la actualidad. Para ello, el fomento de la convivencia juega un papel fundamental. Son varios los programas en España que partiendo de esta premisa han articulado propuestas didácticas que han obtenido muy buenos resultados en los centros en los que se han aplicado.

Rosario Ortega-Ruiz* y Juan Calmaestra**

* Catedrática del Departamento de Psicología de la Universidad de Córdoba

** Profesor del Departamento de Psicología de la Universidad de Córdoba

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